Marcha
Gracias, mamá
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- Coral Aja
- Jueves, 06 Febrero 2014 20:55
Llevo unos 13 años inmersa en este mundillo del atletismo. Trece maravillosos años en los que he soñado, me he sorprendido, he reído, me he superado. He llorado de alegría al lograr mis metas pero también de puro dolor al lesionarme o sentir que de alguna manera había fracasado. Han pasado muchas, muchísimas cosas en todo este tiempo, pero hay una persona que ha estado ahí desde el comienzo y lo sigue estando hoy en día: Mi madre.
Cuando le dije que iba a empezar a “correr” lunes y miércoles con la escuela municipal de atletismo de mi pueblo en ningún momento me puso impedimento, siempre me animó a intentarlo, ¿por qué no?. Ninguna de las dos sabíamos en qué iba a acabar todo aquello, si lo dejaría el día de mi primer entrenamiento o si seguiría algo más. El caso es que con un futuro incierto por delante mi madre no se apartó de mi lado en ningún momento.
Ella ha sido la que durante todos estos años me ha llevado y traído a los entrenamientos y cuando fallaba el autobús para ir a competir, ahí estaba ella dispuesta a llevarnos a cuantos pudiera. Ella y sólo ella se ha tragado todos los crosses en los que he competido. Muerta de frío, con la lluvia y el barro por las rodillas me esperaba en la línea de meta para ponerme algo de abrigo o para darme el suyo si era necesario aunque tuviera el frío metido en los huesos.
Ha llorado conmigo y con mis caídas. Todavía recuerdo el día que hice una carrera de obstáculos y me caí en el foso del agua. Casi se cae ella por las escaleras de las gradas por intentar venir a buscarme. Ha sufrido con cada una de mis lesiones, me ha ayudado en todo lo que ha podido para recuperarme, poniéndome el hielo, dándome algún masaje, cremas y sobre todo mimos de esos que sólo una madre puede darte. Se ha partido en dos, en tres y en diez para poder ir a trabajar, hacer las cosas de casa, dejar a todos contentos y llevarme al fisioterapeuta o al médico cuando hacía falta. En esos momentos (y ahora) siempre he pensado que era ella la verdadera superatleta.
Lo que soy como persona se lo debo a ella y a la educación que me ha dado, pero una gran parte de mí como atleta también es gracias a ella. No me ha permitido caer jamás, me ha animado hasta límites inexplicables y de una forma que sólo ella sabe. “De peores hemos salido”, me repite una y otra vez cuando las cosas no van bien. Y ella lo sabe mejor que nadie porque todo lo que he sufrido yo lo ha sufrido ella conmigo. Ella siempre ha sido el hombro sobre el que apoyarme, porque nunca me ha fallado.
Y si ha estado en los malos momentos, por supuesto que ha estado presente en los mejores. Ella vio cómo hacía mis primeros pinitos en la marcha, cómo batía mis mejores marcas, cómo hacía mi primera mínima para un campeonato de España. Ella, sentada en las gradas y con un nudo en la garganta de pura emoción que a veces la impedía animarme, ha estado siempre. Ni qué decir tiene que es la primera persona que busco cuando llego a meta. La busco a ella, busco su abrazo.
Nunca le ha gustado el protagonismo. Todavía me acuerdo cómo el año pasado, tras una temporada muy dura por las lesiones, conseguí la mínima para el campeonato de España de marcha de verano. Era un día muy lluvioso, de esos típicos del norte que te dejan tieso si no estás en movimiento. Pero daba igual, allí estaba ella. Cuando crucé la línea de meta fue un momento que no olvidaré jamás. Empapada, subí a las gradas a abrazarla. Aunque todo el mundo aplaudía ella seguía allí, con ese nudo en la garganta y con la lagrimilla a punto de caérsele, orgullosa por todo, pero sin hacerse ver.
Ahora que estoy en Madrid no me puede venir a ver competir todo lo que ella quisiera. Pero sigue ahí, aunque no sea físicamente. Porque nunca ha dejado de estarlo. Si soy lo que soy y si he llegado hasta donde lo he hecho es gracias a ella.
Gracias por todo, mamá.
Comentarios
Un abrazo. Me has hecho llorar