Fútbol
La aventura hispalense en la morada del dragón
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- Hugo Barrios
- Martes, 08 Abril 2014 20:33
- Galería fotográfica de Hugo Barrios
Los soldados hispalenses zarparon rumbo a Oporto con el objetivo de dar caza a un viejo dragón que al parecer fue muy poderoso y temible años atrás. La expedición se despedía de amigos y familiares en la mañana del miércoles mientras cargaban los víveres en la nave que les llevaría hasta la ciudad portuguesa. No aprecié nervios entre la plantilla, formaban pequeños grupos de conversación, separados por temática, edad o idioma. Cicinho, Diogo e Iborra debatían sobre el mejor tema musical del momento, Jairo y Alberto escuchaban con atención las lecciones de Reyes mientras Rakitic y Marin reían en alemán (sí, se ríe diferente en lengua germana, por extraño que parezca)
La expedición llegó a su destino sin tiempo siquiera para despojarse de la armadura, esos uniformes negros de coderas rojas que viste todo aquel que represente a la institución, desde utilleros hasta directivos. En la desembocadura del Duero se alojaron los valientes hasta la tarde, cuando visitarían por primera vez la cueva del dragón al que intentarían dar caza al día siguiente. La ciudad parecía haber vuelto a creer en su dragón, aquel animal que hace años repelía toda invasión enemiga, ese ser que recorría con gloria ciudades europeas causando temor entre sus gentes. Su guarida se levantaba imponente en las afueras de la ciudad, de nueva construcción, protegida de las inclemencias por un gran techo acristalado y con un césped en inmejorable estado. Estadio do Dragão llamaban los lugareños a aquel lugar, un sitio brillante, puro y moderno con poca pinta de morada de dragones.
Tras la primera escaramuza, los de Nervión se retiraron a lugar seguro, se prepararon para la contienda, organizaron la estrategia de la batalla y aguardaron la salida del sol. Mientras, aficionados, prensa y miembros de la directiva se aventuraron a conocer la ciudad de noche, siguiendo las recomendaciones que algún jugador sevillista, viejo conocedor del lugar, les había indicado. Así, el sol dio paso a un nuevo día, despertando a los guerreros y acostando a sus seguidores, todos con una esperanza común, conseguir derrotar al reptil adormecido antes de que recuperara la fuerza de épocas antiguas.
Según avanzó la tarde, la expedición, acompañada de fieles incondicionales, fue asaltando Do Dragão. Horas antes de la contienda, una buena parte de la guarida había sido conquistada ya por aficionados sevillistas, que tiñendo las gradas de rojo y blanco empezaron a alentar a sus jugadores. Sin embargo, la afición local quiso diluir toda euforia rival y comenzó a colorear de azul su casa; banderas, pancartas y tifos adornaban el campo de batalla para recibir a los combatientes. El viento se filtraba entre las cavernas y el estadio empezó a enfriarse, transmitiendo parsimonia y falta de ideas a ambos equipos. Sólo la guerra de cánticos entre aficionados caldeaba el ambiente.
El conjunto de Nervión replegó sus lineas cada vez más, apenas inquietó la retaguardia portuguesa y cada vez sufría más las embestidas blanquiazules. El dragón afiló sus cuchillas, Quaresma y Jackson, y endureció su coraza, Mangala, para asestar el golpe definitivo a los hispalenses, quienes buscaron con desesperación la salida de la cueva para dar por terminada la batalla. Un gol para el Oporto que sabe a poco a los portugueses tras ver como el balón chocó contra el poste el un par de ocasiones. Los sevillistas en cambio, reflexionaban en el viaje de vuelta mientras curaban sus heridas de guerra, sabiendo que un gol en el Sánchez Pizjuán les pondrá las cosas muy difíciles pero conscientes de que su aventura por tierras lusitanas podría haber sido mucho peor.