Maratón navideña
Por estas fechas de discursos reales y celebraciones familiares, no pueden faltar las clásicas comidas de Navidad. Aquéllas en las que, si no vas con cuidado, eres incapaz de llegar al final. Y ya no digamos si son en casa de la abuela, entonces se convierten en todo un reto. ¿La razón? Las ingentes cantidades de comida que se ponen sobre la mesa. Pero, con como todo en esta vida, hay estrategias que pueden hacerte salir victorioso de tan dura prueba. En este caso, mi recomendación es plantearse la comida al estilo maratón.
Los grandes maratonianos siempre nos dicen que la maratón comienza realmente en el kilómetro treinta. La clave está por lo tanto, en no pasarse de ritmo en los primeros compases de la carrera, pues llevaremos uno que nos parecerá fácil de mantener, pero si nos sobrepasamos, la carrera entera se irá al traste. La comida navideña suele comenzar con un aperitivo. Ahí está la primera y más grande de las trampas que nos iremos encontrando por el camino: parece ligero, pero ojo porque no lo es. La verdadera clave para poder acabar la comida con dignidad consiste en no pasarse en esta pronta etapa. Hay que ir picando con cautela, y por mucho hambre que podamos tener, nunca caer en la tentación de pasarse ni un pelo.
Del kilómetro 10 al 20, aún se suele ir bien y cómodo, por lo que sigue siendo fácil distraerse y apretar ligeramente el paso. Atención con esto, porque un fallo aquí puede dejarnos fuera de combate. De igual forma, el tradicional primer plato suele ser la sopa. La madre/suegra/abuela suele querer llenar el plato hasta los topes, y ahí hemos de estar atentos para frenarla cuando más nos interese. Hay que acabar con esta fase todavía con algún hueco en el estómago.
Poco a poco nos acercamos a la fase crítica de nuestro reto. Pasado el ecuador del evento, los kilómetros comprendidos entre el veinte y el 30 marcarán el devenir de la carrera. Aquí empezaremos a notar algo de fatiga en las piernas y empezaremos a entrar en carrera al costarnos mantener el ritmo. Esto suele coincidir con el segundo plato de una comida de Navidad, pues es cuando se saca el cocido (“carn d’olla” para los catalanes). Ésta es la fase crítica. El cuerpo ya no nos pide más comida, pero tampoco se queja si se la vamos dando poco a poco, con lo que hay que saber ponerse un límite. Nos os paséis en esta fase o será el caos total de cara al último tramo de esfuerzo.
Y, por fin, llega el muro. Ay, esos kilómetros que nos llevan a la marca de 40. Qué duros se nos hacen. Ahí es cuando uno ya cree que ha acabado y le plantan el cordero (o el pavo) delante. “Costillitas” les llaman, pero en ese momento las vemos tan grandes que nos parecen imposibles de comer. El cuerpo nos pide que paremos, no nos quiere dejar entrar más comida, pero hemos de seguir, hay que saber sufrir y mantener el orgullo como sea. Así que mecanizamos el movimiento: abrir la boca, insertar comida, masticar, tragar, aguantar. Y repetimos una y otra vez. Como cuando corremos por tan avanzado kilometraje, un paso, otro más, y otro…
Ah, y la gloria llega al pasar ese fatídico punto kilométrico. Ya sólo nos queda el último esfuerzo, un definitivo apretón de 2km que nos llevará hasta la tan ansiada meta. Esta visión sólo es equiparable a la imagen de los turrones y polvorones que cerrarán la comida que nos ocupa. Para poder mantener la dignidad sólo es necesario comer un pequeño trocito de cada cosa. Ya vemos la meta, que cruzaremos poco después con el último sorbo de nuestro café. Y entonces, sólo entonces, podremos decir que hemos superado la prueba un año más. Volvemos a ser finishers.
Marc Masip
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